Mis aventuras con mi primera cámara

Por Sara Hevia
Vacaciones de verano. Me imagino que para una mayoría es sinónimo de compartir con la familia, de aventuras, de fotear y armar álbumes al regreso.
El verano del 1984 fue especial, porque mi papá había planificado un viaje a la Carretera Austral, y porque además yo iba a estrenar mi primera cámara fotográfica, una Vivitar, regalo de Viejo Pascuero.
Con él como guía, la idea era partir por la Panamericana al sur (en esa época de una sola vía) haciendo picnic bajo los puentes del ferrocarril. Significaba aprenderse los nombres de los ríos que íbamos cruzando, ir mirando el mapa y aprenderse los volcanes. Y por sobre todo, significaba perderse literalmente por los caminos interiores y terminar siempre preguntando a los lugareños para que nos orientaran.
Luego de varios días llegamos a Chonchi, de donde salía la barcaza a Chaitén. Para conseguir cupo para el auto, no quedaba más que madrugar para ponerse a la fila, ya que no existía la reserva. Lo mismo pasaba con el alojamiento en la carretera, prácticamente no había y la gente ofrecía sus casas (en Puyuhuapi nos tocó dormir en la cocina). Ese viaje lo hicimos en un auto Fiat y la ruta solo llegaba hasta Cerro Castillo.
Cuando regresé en el año 2008 con mi marido e hijas, la carretera seguía con su belleza salvaje imperturbable, pero se había “modernizado”. Ya los ríos no se “balseaban”, sino que ahora hay puentes de hermosa ingeniería. En el ‘84, los ríos grandes como el Yelcho se cruzaban con auto y todo arriba de una balsa de madera guiada por su hábil balsero.
Del primer puente colgante que se construyó sobre el río del Parque Queulat, y que me tocó presenciar cómo lo construía un grupo de jóvenes extranjeros, solo queda una delgada cuerda.
El tiempo pasa y, cuando yo ya no pueda recordarlo, mis hijas saben que quedó registrado por mi primera cámara.